Textos para el diálogo

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Location: Valparaíso, Quinta Región, Chile

Casado con Nina María Soto (1964): 8 hijos, 16 nietos. Estudios: Derecho (Chile); Ciencias Políticas (Heidelberg, Alemania). Habla, lee y escribe alemán e inglés. Lee francés, italiano, portugués y holandés. Computación desde 1983. Internet desde 1994. Bloggers desde 2005. Autodidacta. Adaptable a las responsabilidades asumidas. Últimos cargos públicos: Agregado Científico en embajadas de Chile en Alemania y Holanda (1991 a 1995), Embajador de Chile en Venezuela (entre 1995 y 2000). Secretario General del Sistema Económico Latinoamericano, SELA (2000 - 2003) Libros: "Hermano Bernardo" sobre Bernardo Leighton y "La no-violencia activa: camino para conquistar la democracia". Numerosos ensayos políticos en diversas publicaciones. Profesor universitario (Chile y Alemania), periodista (prensa y TV) y diplomático. Hago consultorías y escribo permanentemente sobre muy variados temas. Actualmente soy Presidente del Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, ICHEH, con sede en Santiago.

Friday, July 03, 2009

ENTREVISTA A HORTENSIA BUSSSI DE ALLENDE

Al cumplirse en 1983, en el mes de septiembre, 10 años de la muerte de Salvador Allende, la revista ANÁLISIS me encargó la tarea de editar tres separatas que recordaran su figura y reflexionaran en torno a ella. La primera entrega contuvo una entrevista que le hice en París a la ex Primera Dama. Ella, doña Tencha como la llamaban, acaba de morir a los 94 años. A modo de homenaje y afectuoso recuerdo que tengo de ella, publico aquí el texto de dicho encuentro. Sus declaraciones fueron las primeras en aparecer en Chile después del golpe militar del 11 de septiembre de 1973. Tienen hoy, por eso, indudable valor histórico. Este es su texto completo:

Hortensia Bussi de Allende

“Sólo la unidad pondrá fin a la dictadura”

Otto Boye.

Lleva diez años en el exilio y una pesada carga de sufrimientos sobre sus hombros. Es la viuda del Presidente Allende, ex – Primera Dama de la Nación, activa luchadora antes, durante y después de su paso por la Moneda en la misma perspectiva de su marido, con la salvedad de que hoy no milita en ningún partido. Hortensia Bussi vda. de Allende, conocida más familiarmente como doña Tencha, ha consagrado su vida y todas sus energías a defender la memoria de Salvador Allende Gossens. Ha recorrido el mundo por esta causa que ella siente como un deber intransferible. Es la forma concreta que ha adquirido su amor por Chile y sus ideales de justicia, libertad y paz para su patria.

ANALISIS logró en París convencerla de que se dejara entrevistar para hablarles a los chilenos. Su reticencia tenía fundamentos: “Ya fui entrevistada una vez por otra revista y nada se publicó”. Aceptó, finalmente por aproximarse el décimo aniversario de la muerte de Allende y porque confió tener esta vez mejor suerte. La larga conversación que sostuvo con ANALISIS no agotó los temas, pero puso de relieve la rica experiencia de esta mujer de apariencia frágil, pero que irradia firmeza; categórica en sus juicios, a pesar de su tono suave, dulce y a ratos apenas audible; de mirada profunda y bella que enamoró a Allende después de un encuentro absolutamente casual e inesperado; que no oculta las huellas de muchos dolores, entre lo que están, además del sufrido el 11 de septiembre de 1973, la trágica pérdida de su hija Beatriz y la de su cuñada Laura, hechos terribles que se habrían evitado si no hubiese existido el exilio. Esta ex – profesora de Historia, que al unir su vida a la de Salvador Allende entró a compartir directamente responsabilidades que hicieron historia, es la voz más autorizada para dar comienzo a recordar la figura del Presidente trágicamente fallecido hace ya diez años.

-¿Qué es lo primero que le nace espontáneamente decirle a los chilenos sobre Salvador Allende?

-Mis primeras palabras a los chilenos, a diez años del derrocamiento de nuestro gobierno y de la pérdida de Salvador Allende, son para decirles que no lo olviden, que lo recuerden y que su recuerdo esté tan vivo como el que existe hoy en el exterior.

-¿Es tan grande el recuerdo fuera de Chile?

-Será porque llevo casi diez años viviendo en el exilio que conozco bien este hecho. El recuerdo es una cosa permanente, constante.

-¿A qué cree usted que se debe esto?

-Son varias las razones. En primer lugar, la brutalidad del crimen cometido el 11 de septiembre de 1973, la forma tan brutal en que fue bombardeada la Moneda. Después, la decisión heroica de Salvador de combatir hasta el último momento y ser leal y consecuente con sus principios, no saliendo como un tránsfuga, aceptando un avión, como le ofreció Pinochet a través de Carvajal, para que se fuera de Chile con su familia y sus íntimos colaboradores. El repudio, por último, que recibió en todo el mundo esta brutalidad. Porque hay otros gobiernos militares en Sudamérica, donde por lo demás está retornando la democracia, pero son diferentes. La gente no tiene allí un recuerdo especial de cómo cayó el gobierno. En cambio, se recuerda muy bien cómo sucedió en Chile.

Todas estas circunstancias han contribuido a que no se olvide la figura de Salvador, su rica personalidad. Y también, diría yo, por la esperanza que representó en el mundo la existencia de una vía chilena al socialismo. Aunque él era marxista – leninista, quería una democracia socialista, una vía al socialismo no por la vía violenta, sino por una vía pluripartidista. Fue muy respetuoso de los partidos, de las leyes. ¡Demasiado respetuoso! Esto significó, repito, una esperanza para mucha gente.

-¿Diría usted que él sacrificó su vida precisamente por esos ideales?

-¡Por esos ideales! Es por eso que ha permanecido con mucha fuerza el recuerdo de la caída de nuestro gobierno, de nuestra derrota. Derrota transitoria, porque estoy segura que la democracia va a volver a Chile.

-¿Cómo conoció a Salvador Allende?

-Lo conocí el 25 de enero de 1939 para el terremoto de Chillán. Era de noche y yo estaba con unos amigos en un cine. Salvador – como lo supe muy luego – estaba en una reunión de la masonería. De ahí salió arrancando. El edificio donde estaba era muy viejo y él, además, le tenía pánico a los temblores. El cine también fue evacuado. En plena calle nos encontramos a boca de jarro, chocamos casi. Ahí me lo presentaron y fuimos todos a tomarnos un café a la calle Tenderini, frente al teatro Municipal.

-¿Era parlamentario en ese momento?

-No. Había sido diputado, pero ahora era Ministro de Salud.

-De modo que usted chocó con el Ministro de Salud…

-Sí. Y me impresionó bastante. Pero esa noche también discutimos mucho sobre su condición de masón.

-¿Criticándolo?

-Que me perdonen los masones mis opiniones de entonces, pero, en efecto, le dije a Salvador que yo no concebía que fuera masón en el siglo XX, que no imaginaba a un hombre moderno siendo masón. Le dije que, como profesora de historia, comprendía el papel jugado por la masonería en la independencia de toda Latinoamérica, muy decisivo, pero que en ese momento en que estábamos hablando me costaba que alguien fuese todavía masón.

-¿Se defendió de su masivo ataque?

-Sí. Me contó que pesaba mucho la tradición de familia en él. Se sentía orgulloso de sus antepasados y guardaba muy vivo su recuerdo. Esa noche me habló largamente de uno de ellos: don Ramón Allende Padín, figura muy notable que había hecho la campaña de la guerra del Pacífico, donde le había tocado atender como médico hasta el propio Sotomayor. Don Ramón era sumamente generoso. Ganaba muy poco en su profesión, porque la mayor parte lo daba. Si al enfermo le faltaban los remedios, él se los compraba. Si le faltaban frazadas, ofrecía las de su casa. Por eso, cuando murió no dejó nada. Pero como era masón, la masonería compró dos modestas casas: una para que viviera la familia y otra para arrendarla de modo que tuvieran de qué vivir. Salvador me dijo esa vez que él tenía una gratitud muy grande hacia la masonería. No olvidó nunca este hecho.

-¿Se mantuvo activo como masón hasta los años en que fue Presidente?

-No. Ya mucho antes de ser Presidente iba muy poco a la masonería. Incluso, durante un tiempo dejó de frecuentarla por completo. Pero, en general, seguía viéndose con sus hermanos masones.

-¿Influyó en él quizá la posición negativa de su Partido Socialista hacia la masonería?

-Es verdad que el Partido Socialista lo criticó diciendo que no se podía ser marxista – leninista y masón al mismo tiempo. Pero a esto replicó Salvador: “En mi vida no se meten. Si soy masón, seguiré siéndolo y moriré masón.” En esto fue muy categórico. Y su partido, cuando lo vio tan decidido, no hizo más cuestión y lo dejó en su actitud.

-¿Cuáles fueron, a su juicio, las personas que más influyeron en la formación política de Salvador Allende?

-Desde luego, su abuelo, el ya mencionado don Ramón Allende Padín, que también fue político. Fue parlamentario por el Norte Chico. Era radical y le llamaban “el rojo”. Como puede ver, sus ideas radicales provocaban en esos años mucho escándalo. Después, Salvador le tenía un inmenso cariño a su madre, doña Laura Gossens Uribe. En verdad, era una persona maravillosa a quien tuve la suerte de conocer y tratar mucho. Era de Los Ángeles. Se casó muy joven con el notario Salvador Allende Castro. Influyó mucho, pues tenía gran carácter y sacó a sus hijos adelante. Todos fueron profesionales. Un hermano mayor se graduó de abogado, Salvador de médico y la Laurita estudió leyes, pero no continuó al casarse, pues en esos tiempos las mujeres abandonaban las carreras cuando se casaban.

Debo mencionar también la personalidad de su cuñado Eduardo Grove, casado con su hermana Inés. Grove fue embajador en Canadá y un alcalde de Viña del Mar muy querido. Influyó en la elección de carrera que hizo Salvador.

-¿A propósito de lo que acaba de decir, ¿nunca consideró Salvador Allende que se había equivocado de carrera?

-Lo pensó muchas veces. Decía que debería haber estudiado leyes para ser abogado, porque poseía un gran sentido jurídico. Pero reconocía que ser médico le había servido mucho, pues le había permitido constatar desde muy joven las tremendas diferencias sociales, la pobreza de tanta gente y la falta de recursos en general.

-¿Contribuyó esto a cristalizar su sensibilidad social?

-Sin duda. En él había humanidad, un sentido generoso hacia los seres humanos. No podía tolerar la pobreza, las humillaciones. Sufría cuando veía mendigos. Cuando íbamos al cine y a la salida éstos se acercaban, no dejaba de darles dinero. Todos sabemos que eso no soluciona nada, pero lo hacía lleno de indignación, pensando que existía tanta gente que no tenía qué comer, o que le faltaba techo adecuado bajo el cual vivir.

-¿Fueron estos sentimientos lo que lo llevaron a la política?

-Al comienzo hizo las dos cosas: ejerció su profesión y participó en política. Y esto le acarreó problemas. Conoció la persecución desde muy joven. No sólo estuvo preso, sino que cuando se presentaba a un puesto no se lo daban debido a sus ideas. Así, el único puesto que logró conseguir, gracias a que no hubo opositor, fue el de anátomo-patólogo en el Hospital Van Buren de Valparaíso, donde trabajaba su cuñado. Desde muy temprano en su vida empezó a reunirse con sus amigos del Partido Socialista. Eran todos muy modestos. Había panaderos, zapateros, maestros carpinteros, etc. Se conocía muy bien los cerros de Valparaíso, sus necesidades económicos y sociales. Todas estas experiencias lo llevaron a escribir un libro cuando fue Ministro de Salud titulado “La realidad médico – social chilena”. Me costó rescatar esta obra –vine a encontrar un ejemplar en Oxford- que ha vuelto a reeditarse en México. Releyéndola uno se da cuenta de que todo lo que plantea allí Salvador, absolutamente todo, es actual en Chile de hoy, a pesar de que lo publicó en 1940. Allí están considerados problemas como el déficit habitacional, el problema del aborto, la desnutrición del niño chileno; todas las lacras de nuestra sociedad están en ese libro, donde él quiso hacer una especie de balance sobre el estado sanitario del país al asumir como Ministro de Salud.

-¿Cómo continuó su carrera política después de trabajar como Ministro de Salud de don Pedro Aguirre Cerda?

-Después fue Director del Seguro Social en la época de Juan Antonio Ríos. Y desde 1945 en adelante fue senador hasta su elección como Presidente en 1970. En 1937 y 1939 había sido diputado por Valparaíso. En 1945 fue elegido senador por Chiloé, Aysén y Magallanes. En 1953 lo fue por el Norte Grande, esto es, Tarapacá y Antofagasta. En 1961 triunfó en Valparaíso y Aconcagua después de una de las campañas más duras, porque había candidatos de mucho peso. Entre ellos estaba Radomiro Tomic. Salvador, para salir, tuvo que desplazar a un conservador que todos daban por seguro. Por úlitmo, en 1969 volvió a la zona austral, triunfando una vez más.

-Entre medio fue tres veces candidato a la Presidencia de la República, antes de ser elegido en la cuarta oportunidad. ¿Tuvo Allende la obsesión de ser Presidente?

-No. Está muy lejos de haber sido una obsesión personal, ni existían ansias de poder por el poder. El quiso ser Presidente, pero porque quería realizar las transformaciones que necesitaba el país. Quería sacarlo de su sueño letal, que lo hacía avanzar tan lentamente. Recuerde que Eduardo Frei también hizo cosas en este sentido. La reforma agraria, por ejemplo. No nacionalizó el cobre, pero hizo lo que se llamó la chilenización de ese metal. Porque también se daba cuenta, como un político ya más avanzado, que a Chile había que sacarlo de esta especie de letargo en que vivía, donde su principal producto y fuente de divisas, el cobre, lo explotaban las compañías norteamericanas y ni siquiera se refinaba en Chile. Lo que dejaban era así muy poco. Por esto, Salvador no se propuso ser Presidente de Chile por ambición personal, egoísta, buscando el poder por el poder o queriendo disfrutar de él. A él lo movía una auténtica vocación de servicio, como me consta desde que lo conocí.

-Pero al final llegó al poder…

-En la práctica fue un poder muy limitado. Sobre todo, no existió mayoría parlamentaria que apoyara al gobierno y heredamos un Poder Judicial absolutamente atado a una mentalidad clasista de derecha. Por eso, la justicia no ha funcionado nunca bien.

-¿Por qué se expresa con tanta dureza del Poder Judicial?

-Si hay algo de lo que estoy quejosa y crítica es de la forma en que se ha administrado justicia en Chile. Se ha visto cómo ha estado el Poder Judicial al servicio de la dictadura. Por primera vez en estos años veo ahora, en el recién electo Presidente de la Corte Suprema don Rafael Retamal, decir que en Chile no se vive en un pleno Estado de Derecho. ¿Dijo algo Urrutia Manzano? ¿Dijo algo Bórquez? Nada. Permanecieron callados, silenciosos, al servicio del Gobierno Militar. Nunca dieron respuesta a la demanda de esas mujeres que preguntaban por sus hijos detenidos y desaparecidos. Para mí, el Poder Judicial ha sido cómplice de estas atrocidades, capitulando ante el poder de la dictadura. Bajo el gobierno de Salvador, en cambio, hacía grandes aspavientos de su independencia, criticando públicamente al gobierno. Por eso, cuando le doy vuelta a estas cosas me convenzo cada vez más que era muy difícil gobernar Chile en esas condiciones, sin mayoría en las Cámaras, con Poder Judicial y Contraloría en contra. Nosotros tuvimos apenas una parte del poder.

-Pero este poder relativo, ¿no habría podido superarse a través de un acuerdo político con la Democracia Cristiana?

-¡Con un sector de la DC! Había otro sector bien reaccionario, que después estuvo de acuerdo con el golpe y que no quiso nunca un acuerdo político como el que usted señala. Yo hago esta distinción, entre un sector progresista de la DC y otro que hasta el día de hoy me merece muchas reservas.

-Ud. Acompañó a Salvador Allende en todas sus campañas. ¿Puede recordar algunos hechos de las más importantes, esto es, de las presidenciales?

-Son muy diferentes cada una de las campañas. En 1952 podemos decir que sólo fue seguido por un puñado de chilenos. Obtuvo, si la memoria no me engaña, cerca de 52.000 votos. Pero él quería impedir de alguna manera la llegada de Carlos Ibáñez del Campo a la Presidencia de la República. Tenía temor, pues había sido un dictador antes; desconfiaba que ahora pudiese ser un Presidente demócrata. Apoyado por el Partido Socialista hizo, entonces, esta campaña. La llevó adelante con gran entusiasmo y sacrificio, con poquísimos medios. Recuerdo un desfile en la Alameda: tuvimos que ponernos en fila, para que se notara que éramos muchos, cuando en realidad éramos muy pocos lo que íbamos detrás de esas banderas.

-¿Y la campaña presidencial de 1958?

-¡Ah! ¡Esa fue arrolladora! Nunca estuvo Salvador más cerca de ser Presidente que en 1958. No lo logró sólo porque la derecha contrató – se podría decir que compró – al cura de Catapilco, un personaje que no aportaba nada, ni como cura ni como político, pero que le quitó a Salvador exactamente los votos que le faltaron para ganarle a Alessandri. De esta campaña guardo dos recuerdos: uno, el cariño con que la gente lo recibía; el otro, la memoria de Salvador para acordarse de la gente, y hasta de pequeños detalles, nombres, hechos, relaciones familiares, etc. No era sólo algo formal, sino que le preocupaba cada persona que iba conociendo.

-Pero no podía resolver los problemas de cada uno…

-Dentro de sus posibilidades ayudó a mucha gente, sobre todo cuando fue senador. Además, de ahí, del contacto directo con los problemas, surgieron muchas de las leyes que él propició, como la atención a la madre y al niño. El siempre veía que la mujer era la que llevaba el peso del hogar, que muchas veces era abandonada por el hombre, dejándola desamparada a cargo de la educación y el cuidado de los hijos. Estas cosas golpearon siempre mucho a Salvador.

-¿Y cómo recibía las derrotas electorales?

-Yo lo admiraba, porque lo encontraba de una fortaleza increíble. Mientras todos estábamos derrumbados, salvo el 52 donde nadie se hizo la ilusión de triunfar, Salvador conservaba una completa serenidad. Decía que en todas estas campañas él enseñaba a la gente, como quien va sembrando una semilla. A su juicio, la gente tenía que llegar a entender los grandes problemas de Chile.

-¿Recurría al humor para darse ánimo?

-En realidad, tenía mucho sentido del humor, hacía chistes. Siempre decía que en su tumba iban a poner: “Aquí yace Salvador Allende, futuro Presidente de Chile”… Era un hombre de rica personalidad y este aspecto ocupaba un lugar muy importante en ella. Tenía mucha agudeza, inteligencia y sabía salir del paso con una broma. Nunca lo vi derrumbado. Nunca lo vi lo que se llama derrotado. Recuerdo que para la campaña del 64 llegó un grupo muy grande de pobladoras al día siguiente de la elección, el 5 de septiembre, a vernos a nuestra residencia de Guardia Vieja. Lloraban por la derrota. Venían acaloradas, habían caminado mucho. Se quedaron en el jardín, porque la casa era muy pequeña, y se manguereaban para refrescarse. Pidieron hablar con Salvador. Él salió a saludarlas y tuvo que consolarlas. “No, compañeras”, les dijo, “no tengan esa actitud. He sido derrotado por fuerzas más poderosas, pero a la postre vamos a lograr nuestros objetivos. Chile va a llegar a las metas que estamos proponiendo”. Así reaccionaba frente a las derrotas, porque sabía que había muchas diferencias entre las candidaturas. ¡Caramba que es distinto ser derrotado cuando se disponía de tan pocos medios! Y todo salía del pueblo mismo a través de colectas, fiestas, kermesses y todo tipo de iniciativas que la imaginación de la gente creaba. Y siempre había déficit y había que seguir pagando por largo tiempo las deudas contraídas durante estas campañas. Todo esto lo tengo muy presente.

-¿Cómo eran las relaciones de Salvador Allende con los dirigentes políticos de todos los partidos?

-Salvador siempre tuvo muy buenas relaciones personales con los políticos de las distintas tendencias y se ganó un prestigio. Estoy segura que incluso gente de derecha como Francisco Bulnes, Hugo Zepeda, Armando Jaramillo u otro - ¡Ya van quedando pocos que fueron compañeros de Salvador en el Senado! – tienen, si son personas honestas, que guardar buenos recuerdos de sus contactos con él. Porque Salvador no tuvo rencores u odios personales.

-Allende recibió muchos ataques en su vida…

-Muchos, en efecto.

-¿Lo amargaban?

-Rabiaba mucho menos que yo. No me voy a olvidar nunca de un ataque del “Clarín” cuando él era Presidente del Senado. Acababan de llegar de Bolivia unos pocos hombres que habían estado con Ché Guevara y que habían logrado escapar con vida al cerco militar. Se suscitó el problema de cómo sacarlos de nuestro país sin que corrieran nuevos peligros. Salvador pasó toda la noche en vela dándole vueltas al asunto y buscando una solución. Quedó feliz cuando se le ocurrió una manera de hacerlo. Me dijo: “No los puedo sacar por Argentina, porque con el gobierno militar que hay es muy riesgoso para ellos. Por Brasil menos. Tampoco es seguro Uruguay. Sólo es posible hacerlo por Tahíti vía Isla de Pascua”. Y así se hizo. Él, en su calidad de Presidente del Senado, los acompañó. Creo que nunca la prensa, ni de derecha ni de izquierda, entendió este gesto humano de Salvador. Nunca sufrió ataques más duros. A mi me indignaba cuando abría los diarios y leía lo que se decía. Afirmaban que había puesto el prestigio del Senado por los suelos, que había que destruirlo por meterse con guerrilleros. Esto era lo más suave que le dijeron en esa ocasión.

-¿Cómo reaccionó él?

-Se rió bastante e hizo bromas.

-Volvió el humor…

-Era su manera de enfrentar estas situaciones. A él le gustaba, por ejemplo, andar bien vestido y por eso le pusieron “el pije Allende”. Le sacaban en cara sus colecciones de corbatas, ternos, camisas, chaquetas sports. Cuando le adjudicaban un número determinado de estas prendas él decía: “Se equivocaron. Tengo muchas más”. Le dijeron muchas cosas que eran absolutamente falsas, como acusarlo de bebedor y jugador. No fue ni lo uno ni lo otro. Pero él tomaba todo esto con humor.

-¿Hizo alguna broma que merezca recordarse?

-Hay una que le hizo a Eduardo Frei que recuerdo muy bien. Tanto él como nosotros nos veíamos mucho en Algarrobo, donde teníamos casa. Fue para la campaña de 1958. Salvador me dijo: “Voy a hacerle una broma a Eduardo. Sé que está muy nervioso y tenso, porque en unos días más tiene concentración en el teatro Caupolicán y no está muy seguro de llenarlo”. Lo llamó entonces por teléfono, tapando el fono con un pañuelo. Se apretó también las narices. En fin, hizo todo lo necesario para cambiar la voz y se hizo pasar por Venturino, el dueño del Caupolicán. Frei no reconoció a Salvador, quien empezó planteándole que tenía un gran retrato de él y que no sabía cómo ponerlo: si de frente o de perfil. Frei estaba desconcertado y le decía: “No sé, no sé, decida Ud. como le parezca mejor”. Salvador continuaba: “Es que si lo pongo de perfil, Ud. sabe el problema, con esa nariz…” ¡Bueno! Durante un buen rato mantuvo la conversación, hasta que no pudo más y soltó la carcajada.

-¿Cómo reaccionó Frei?

-Le dijo: “Te lo agradezco, porque estaba muy tenso y me has hecho reír”. Salvador le replicó que en verdad lo llamaba para desearle buena suerte. Esto lo retrata, a mi juicio, de cuerpo entero, pues tendía la mano a sus amigos, más allá de las diferencias que existieran.

-Con seguridad, no todo era buen humor. ¿Cuándo se enojaba y lo hacía sentir? ¿Cuándo era estricto y enérgico?

-Cuando le mentían, cuando lo engañaban. Cuando él pedía algo con urgencia y no respetaban las fechas que le habían prometido. Ahí se enojaba. No podía tolerar la ineficiencia. Tampoco la deshonestidad. Recuerde que decía que en su gobierno se podían meter los pies, pero no las manos. Salvador se enojaba, entonces, cuando había deshonestidad, cuando no le entendían el apremio con que había que hacer las cosas, cuando se le cruzaban en el camino trabas burocráticas absurdas que demoraban las cosas. Las tardanzas lo ponían frenético, porque él quería ir mucho más rápido.

-¿Qué papel jugó en la vida política de Salvador Allende la búsqueda de la unidad de las fuerzas de izquierda?

-Yo creo que Salvador fue el campeón de la unidad. Él ayudó a formar lo que se llamó el Frente de Acción Popular (FRAP) y después una coalición más amplia, la Unidad Popular (UP). Siempre trató de limar las asperezas y que desaparecieran las diferencias por un propósito más elevado, por una meta más rica. Muchas veces esto no fue entendido. Él era como un artífice, que muchas veces tenía que estar, como quien dice, “zurciendo”, recomponiendo, la unidad cuando se producían algunos quiebres.

-¿Cómo reaccionaba Allende cuando se producían discrepancias entre los partidos que lo apoyaban, ya sea en reuniones formales delante de él, o en otras circunstancias?

-Yo no tuve mucho acceso a esas situaciones, pues usted sabe que las mujeres en Chile no participan en todo lo que hace el marido. Además, yo tenía bastante trabajo, distinto del de Salvador, que no podía eludir. De modo que me perdía muchos de los hechos que usted señala. Por otra parte, Salvador nunca comentaba estas cosas en la mesa, ni se refería a los malos ratos que pasaba. Se guardaba estos problemas, se podría decir que se los tragaba. En cualquier caso, puedo asegurarle que reaccionaba buscando superar la discrepancia y que se impacientaba cuando el acuerdo tardaba mucho en salir.

-¿Cómo fueron las relaciones de Allende, socialista, marxista y masón, con la Iglesia Católica?

-En nuestro gobierno las relaciones con la Iglesia fueron muy cordiales, especialmente entre Salvador y el Cardenal. Se respetaban mutuamente. También se hacían bromas. Nunca hubo un conflicto grave, porque, cuando se desató la campaña contra el proyecto de Escuela Nacional Unificada (ENU), el gobierno lo retiró para discutirlo más tranquilamente. Tal vez no era el momento oportuno, tal vez fue una precipitación del gobierno presentarlo en ese entonces. Puede haber habido algo de eso. Pero nunca tuvimos crisis con la Iglesia como las que se han producido después. Jamás hubo tensiones semejantes, ni esas humillaciones inferidas a la Iglesia y al propio Cardenal, como una de las últimas, en que le negaron espacio en la TV de la U. Católica para defenderse de los ataques. Esos vergonzosos episodios jamás sucedieron bajo nuestro gobierno.

-¿Usted tiene entonces una opinión positiva de la conducta de la Iglesia Católica frente al gobierno de Allende?

-No sólo eso. No quisiera dejar pasar esta ocasión para destacar el rol importantísimo que ha jugado la Iglesia Católica en todo este último período. Ha sido la fuerza más importante bajo el régimen militar en la defensa de los derechos humanos, en la denuncia de las injusticias, en la presentación de recursos de amparo, en el descubrimiento de cementerios clandestinos donde aparecieron, como en Lonquén, cadáveres de algunas personas que figuraban en las listas de detenidos – desaparecidos. El hecho de que muchos sacerdotes vivan en las poblaciones y conozcan las necesidades de la gente es muy importante. Por eso, en todas las tribunas que me ha tocado ocupar, siempre he celebrado la actitud de la Iglesia Católica chilena, muy progresista y de acuerdo con las necesidades de la población.

-Hablemos de las relaciones internacionales. ¿Tiene usted algunos recuerdos personales de la actuación de Salvador Allende en este campo?

-Por supuesto. Son muchas las cosas que se me vienen a la mente. Desde luego, el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba y otros países socialistas, ampliando los contactos de Chile con el mundo. Mejoraron muchos las relaciones con Argentina. Salvador llegó a acuerdos con Lanusse, con quién llegó a entenderse humanamente muy bien. También quiso solucionar el problema de la salida al mar con Bolivia y estuvo en conversaciones con el general Torres hasta que lo derrocaron. También mejoraron las relaciones con Perú.

-¿Recuerda hechos destacados sucedidos durante los viajes al exterior de Salvador Allende?

-Del primer viaje, a Salta, recuerdo la gran cordialidad en el trato que alcanzaron las relaciones entre Lanusse y Salvador. En un momento de ese encuentro, Salvador le prohibió “como médico” a Lanusse que estuviera de pie en una ceremonia de condecoración, pues sufría de cálculo a los riñones y se encontraba en ese mismo momento lívido sufriendo los dolores. Lanusse retribuyó poco tiempo después nuestra visita, viajando a Antofagasta, la ciudad hermana de Salta. Lo único que siempre lamentaron fue la brevedad de estos encuentros. Les habría gustado estar más tiempo juntos. Lanusse fue un general muy recto, que le devolvió la democracia a su país y con eso se engrandeció. El siguiente viaje fue a Perú, Colombia y Ecuador, países del Pacto Andino que Salvador apoyó con gran decisión. El jamás habría retirado a Chile de ese acuerdo regional y para reafirmar esa voluntad hizo ese viaje. Salvador procuró mantener todos los vínculos internacionales abiertos, evitando todo aislamiento del país, que en lo geográfico, es como una isla, en lo político, no tiene por qué serlo.

-A propósito, por contraste, el actual gobierno ha sufrido un visible asilamiento internacional. ¿A qué cree usted que se debe esto?

-¡Cómo no va a estar aislado internacionalmente con todas las brutalidades que se cometen! Para mencionarle sólo un caso reciente, ahí tiene esos allanamientos después de la primera protesta, efectuados al amanecer, en poblaciones con varios miles de personas, haciéndolos alinearse, humillándolos, abusando de personas que no tienen trabajo. ¿No se podía haber evitado todo eso? Pero no: había que amedrentar a la población, humillar la dignidad del poblador, del chileno que ya de por sí está sufriendo mucho, con todo el peso de la cesantía y de las crecientes diferencias sociales. Por eso reaccionó el obispo auxiliar, monseñor Camilo Vial, criticando estas medidas de violencia innecesaria. Fuera de Chile el hecho también fue criticado justamente, motivando una protesta de Canadá y las duras palabras del Ministro de Relaciones Exteriores de Francia diciendo que Pinochet era una maldición para su pueblo. Estos actos merecen repulsa. Si Pinochet leyera la prensa internacional se daría cuanta de que la opinión mundial está en su contra.

-Pero él culpa al comunismo internacional de eso…

-Ya nadie cree que la protesta tan masiva esté dirigida y financiada desde afuera. Es el descontento de la gente el que hace que, por primera vez en estos diez años, se vuelque masivamente a protestar, pierda el miedo, salga a la calle. Y esto sucede más allá de las diferencias sociales, porque se protesta en todos los barrios de Santiago, pobres, acomodados y ricos. La gente quiere paz, pero con trabajo y pan.

-Hubo un viaje que se llevó a cabo en medio de mucha tensión, poco tiempo después de terminado el paro de los camioneros de octubre 1972. Quedó el general Carlos Parts como Vice – Presidente de la República. ¿Partió tenso Allende, preocupado por la situación chilena, o estaba tranquilo, porque estaba Prats reemplazándolo?

-Partió muy tranquilo. No estaba en absoluto inquieto, porque tenía plena confianza en Carlos Prats. Y fue una magnífica gira, intensa y muy breve, pues Salvador no quiso recurrir al Congreso para disponer de más tiempo y debió limitar el viaje a los 15 días que permitía la Constitución para que el Presidente se ausentase del país sin tener que pedir autorización parlamentaria. Estuvimos en México, Estados Unidos, Argelia y la Unión Soviética, más una escala técnica en Marruecos. Y todo esto lo hicimos en 14 días. Todo un récord. De esta gira guardo recuerdos imborrables. El gran recibimiento del pueblo de México, que fue increíble, por un lado, y la acogida que tuvo el discurso de Salvador en las Naciones Unidas, por el otro. En México la gente se volcó a las calles y no nos dejaba avanzar. Nos demoramos varias horas desde el aeropuerto hasta la residencia, llegando a la meta de noche. En las Naciones Unidas, cuando terminó de hablar, esa gran sala de la Asamblea General, repleta, como electrizada se puso de pie y lo ovacionó largamente. Recuerdo que entre los asistentes estaba Gabriel Valdés. En realidad, todos los recibimientos en esta gira fueron magníficos. También en Argelia, e incluso, a pesar del frío invernal, en la Unión Soviética, donde con nevazón intensa mucha gente acudió a saludarnos y se instaló a lo largo del camino desde el aeropuerto a la ciudad de Moscú.

-Usted escuchó cientos de discursos de Salvador Allende. ¿Hay algunos que se le hayan quedado grabados en forma especial?

--Hay muchos. Le menciono sólo algunos. Uno de los más emocionantes que recuerdo fue el pronunciado desde los balcones de la FECH, en la Alameda, el 4 de septiembre de 1970, cerca de la medianoche. Tuvo que hablar con un megáfono, porque nada estaba preparado. Yo veía a su lado cómo se le hinchaban las venas del cuello al hablar más fuerte para que todos lo pudieran oír. Ese discurso, al igual que el dicho al día siguiente de asumir como Presidente en el Estadio Nacional, son extraordinarios. Ya le mencioné el de Naciones Unidas. En ese viaje, en Guadalajara, pronunció uno que también le resultó excelente. Iba a hablarle a los universitarios y momentos antes le confesó al Presidente Echeverría que tenía la mente en blanco y no sabía de qué iba a hablar. Echeverría le sugirió que se refiriese a su juventud universitaria. ¡Y Salvador lo hizo magistralmente!

-¿Recuerda el contenido de este último?

-En base a este discurso se han hecho documentales para el cine y la TV en México. Hay discos. ¡Cómo no voy a recordarlo! Permanentemente los medios de comunicación vuelven a reproducirlo. En él Salvador relató cómo, siendo estudiante, había pertenecido al grupo de Avance. Esto sucedía por los años 1930 y 1931. Contó que había sido expulsado de él por discrepar con su programa, que contemplaba -¡en esa época!- ir a la creación de soviets de campesinos, obreros y soldados. ¡Se da cuenta! Esto era la expresión de esas cosas tan teóricas de los jóvenes, tan ajenas a la realidad. Proponían algo absolutamente imposible. Salvador expresó su opinión y fue expulsado. Recordó que de ese grupo quedaban sólo tres hombres que seguían siendo izquierdistas, que todos los demás habían traicionado esos ideales. Subrayó con esto cómo costaba en la vida mantenerse fiel a las ideas que se tenían. Habló de la necesidad de ser buenos estudiantes, buenos técnicos y profesionales. Les dijo a los universitarios mexicanos que eso era mucho más importante que andar trayendo un libro de Marx debajo del brazo, donde sólo la axila tomaba nota de él, sin llegar jamás a la mente. Fue muy duro en esto. Sin embargo, el público, toda gente joven, poniéndose de pié lo aplaudió gran entusiasmo y cariño.

-Están por cumplirse diez años del derrocamiento de Salvador Allende y el hecho sigue rodeado de lagunas informativas. ¿Cuál es su visión al respecto?

-Los grandes responsables del golpe son Nixon y Kissinger. Van a aparecer siempre frente a la historia así. Y eso no lo digo yo, sino el informe Church del Senado norteamericano, periodistas muy serios que han investigado esto y algunos libros que se han escrito y que aportan muchos antecedentes. Incluso, si uno lee las memorias de Kissinger, comprueba que a él le molestó mucho la elección de Salvador y que él reconoce su decisión de impedirle al pueblo de Chile darse el gobierno que quería en ese momento. Kissinger despreciaba a América Latina. Eso lo demostró en 1969, cuando con gran visión, Gabriel Valdés, siendo Ministro de Relaciones Exteriores, viajó a Estados Unidos a representar ante Nixon a todos los países latinoamericanos para exponerle el Consenso alcanzado en la Reunión de Cancilleres realizada en Viña del Mar. Allí tuvieron un áspero diálogo en que Kissinger le dijo que la historia pasaba por Washington, Moscú, Bonn y Tokio, pero no por América Latina. ¡Y que nunca pasaría en el futuro!

-No obstante lo que usted dice, el Congreso Nacional eligió a Salvador Allende, frustrando las intenciones de Kissinger…

-Sí. Indudablemente. Y eso sucedió gracias al apoyo de los demócratas cristianos. Pero los norteamericanos presionaron para que no pasara esto, pues ellos querían que se eligiera a Alessandri. Y presionaron en ese sentido.

-Pero eso no les resultó…

-Claro. Por eso empezaron a urdir otros caminos que apuntaban, en definitiva, a un golpe de Estado. Y así mataron a Schneider, el general constitucionalista que estaba decidido a reconocer el veredicto popular.

-Lo sucedió Prats, que también era constitucionalista…

-Por eso mismo corrió, a la larga, la misma suerte que Schneider. Prats llegó a comprometerse mucho. Al comienzo no lo estaba tanto, pero a medida que transcurrió el gobierno, que fue Ministro, Vice-Presidente de la República y conoció también más de cerca a Salvador, se convirtió en un leal colaborador y se fue comprometiendo. Esto lo sabía perfectamente Pinochet. Acuérdese usted la manifestación frente a la casa de Prats o la provocación de la Avenida Costanera. Todo eso se hizo para desprestigiarlo. Y después, recién realizado el golpe, cuando se corrió el rumor de que él avanzaba con el Buin y otros destacamentos sobre Santiago para tomarse el gobierno, todos sabemos que fue presentado a la TV con las manos esposadas, ocultas debajo de la mesa, demacrado, con ojeras y que le habría costado la vida si no hubiera hecho la declaración que hizo, en donde nadie podía entender que no diese una opinión desfavorable al golpe y que reconociese a la Junta Militar. Después de esa declaración lo sacaron hacia Argentina. Y usted ve que poco tiempo después empezaron las amenazas hasta que lo mataron.

-Pero aún se investiga esto…

-Está pedida la extradición de Townley. Me alegraría mucho que la concedieran, porque por ahí se esclarecerían muchas cosas.

-Es probable que los italianos hagan pronto lo mismo para aclarar definitivamente el intento de matar a Bernardo Leighton y a su señora…

-Bueno, ya también está casi todo al descubierto y se sabe que todo se hizo con participación de la DINA. Townley no actuó solo. Él era únicamente el brazo ejecutor de un aparato más poderoso.

-¿Y en el caso de Orlando Letelier?

-Es la misma cosa y ahí sabemos mucho más. Cuando vieron que tenía gran influencia fuera de Chile – incluso les atajó un crédito en Holanda – urden toda una maquinación en que participan Contreras, Espinoza, Fernández Larios y Townley y acaban con su vida.

-Salvador Allende murió trágicamente en la Moneda. ¿Cómo fueron sus últimos días?

-Alcancé a llegar a Chile 36 horas antes del golpe, el 9 de septiembre en la tarde. Era un domingo. Había viajado a México con mi hija Isabel y con el edecán aéreo para llevar una ayuda debido a una catástrofe. Antes de partir las cosas se veían muy mal. Se husmeaba el golpe. No se sabía la fecha, pero se sentía su proximidad. Yo me resistía, por esto, a viajar, pero Salvador insistió, argumentando que el Presidente Echeverría había enviado a su esposa para el terremoto que afectó a Aconcagua, Quillota, Valparaíso, La Calera – que había sido el epicentro-, trayendo inmediatamente apoyo moral y ayuda material y que ahora nosotros debíamos tener un gesto parecido. Fui. Al retornar Salvador me esperaba en el aeropuerto. Lo noté muy tenso, irritable hasta en detalles. Por ejemplo, yo tomé a mi nieto mayor y lo subí al auto, que era bastante pequeño. Él me dijo entonces que íbamos a ir incómodos. Yo insistí y lo senté simplemente en mi falda. Pero su irritación tenía otras causas. Estaba tenso por la situación que se vivía.

-¿Tenía claro que podía morir?

-Lo dijo más de una vez: “A mí me van a sacar en pijama de madera de la Moneda, pero no voy a claudicar, ni voy a salir arrancando del país en un avión”.

-¿Qué hizo el lunes 10 de septiembre?

-Ese día invité a los periodistas para contarles de mi viaje. Lo dicho por mí no alcanzó a publicarse al día siguiente en los diarios, porque ya fue el golpe.

-¿Y después?

-Antes de comer, lo invité a probarse unas chaquetas sport, como para primavera, que nos había encargado. Fue al baño, se las puso y le quedaron perfectas. Aquí me dijo una frase, mientras se miraba al espejo, que nunca olvidaré: “¡A ver si éstos me dejan usarlas!”

-¿Qué le contestó usted?

-Mi comentario fue, en realidad, una pregunta: “¿Tan mal están las cosas, Salvador?” No me respondió. Guardó silencio. Hasta el final no quiso revelarme toda la gravedad de lo que sucedía.

-¿Qué pasó en la comida?

-Comimos juntos un grupo chico. Estábamos Salvador, Isabel, Carlos Briones, Orlando Letelier, Augusto Olivares, Juan Enrique Garcés y yo. Creo que nadie más. Salvador estuvo muy callado, pero repentinamente dio un golpe sobre la mesa y dijo: “¡Voy a llamar a plebiscito! ¡Qué sea el pueblo el que decida si quiere que yo me vaya!” Usted tiene que recordar cuan abrumadora había sido la campaña de todos los sectores de oposición poniendo en duda la legitimidad del gobierno. Por eso repitió: “Va a ser el pueblo el que diga si debo irme o no”.

-¿Qué hizo después?

-Se quedó trabajando hasta muy tarde en su escritorio con Augusto Olivares y Juan Enrique Garcés. Yo me fui a acostar porque estaba muy cansada.

-¿Pudo dormir Allende esa noche?

-Esa noche durmió poquísimo, porque ya muy temprano fue despertado para transmitirle las noticias que empezaban a llegar.

-¿Qué fue lo primero que le comunicaron?

-Le informaron claramente de que había un levantamiento en Valparaíso, adonde habían regresado los barcos abandonando la engañosa operación UNITAS, pues todo estaba planificado.

-¿Lo vio usted esa mañana?

-No, la última vez que lo vi fue en la comida, cuando anunció el plebiscito. Ahí pude ver su energía, cuando, en medio de una situación tan polarizada, él tomó la decisión de apelar al pueblo mediante un plebiscito, no postergando más la solución de las cosas. Esa es la vez en que lo he visto más tenso en su vida. ¿Quién iba a pensar que esa iba a ser la última vez que lo viera?

-¿No hubo al menos un contacto telefónico al día siguiente?

-Eso sí. Apenas le fue posible me llamó.

-¿Le ocultó todavía la gravedad de lo que sucedía?

-No, me contó todo, pero tratando siempre de darme tranquilidad. Me dijo que me quedara en Tomás Moro que llamara a nuestras hijas para que fueran con los nietos para allá. En esto se equivocó, pues Tomás Moro también fue bombardeado. Mis hijas, en cambio, no. Cuando logramos hablar por teléfono, me expresaron que no era lo más seguro ir a Tomás Moro. A mí me tocó vivir sola el bombardeo.

-¿Qué otra información le dio Allende por teléfono?

-Bueno, ahí me dijo que Valparaíso estaba tomado. Pero que todavía tenía esperanzas de que por lo menos las fuerzas de Carabineros permanecieran leales…

-¿Eso fue todo?

-Si. El todavía confiaba. Lo que vino después lo conoce todo el mundo.

-La Moneda fue bombardeada. La residencia de Tomás Moro también. Muere Allende. El gobierno cae. Usted y su familia parten muy pronto al exilio. Son muchas cosas juntas. Aparte del dolor y del recuerdo de Salvador Allende y de tantas jornadas históricas vividas juntos, ¿qué cosas le impresionan hasta ahora de este tiempo inmediatamente posterior al golpe?

-Me cuesta mucho entender el odio desatado en Chile. Nunca se había llegado al grado de odio que surgió después del golpe. Particularmente, ¡Cómo se especializaron en señalarlo como el gran vividor y hablaron de los lujos de Tomás Moro!

-¿Por qué se adquirió esa casa?

-La Moneda no era adecuada para vivir. Y nuestra casa en Guardia Vieja era muy estrecha. La residencia de Tomás Moro fue comprada para que le sirviera a todos los Presidentes. Todo quedó perfectamente registrado en la Contraloría. Allí quedaron muchos recuerdos personales nuestros.

-¿Qué cosas, por ejemplo?

-Desde luego, toda nuestra colección de obras de pintores, muchos de ellos famosos, nacionales y extranjeros. Nuestra biblioteca. Nuestros objetos de arte, que habíamos ido adquiriendo en los viajes, etc. Todo eso parece perdido.

-¿Me quiere decir que no le han devuelto nada hasta ahora?

-Nada me ha sido devuelto. Nunca he recibido nada. Ni siquiera los modestos álbumes familiares. Y se nota que los tienen, pues varias veces se han publicado fotos que sólo estaban allí. Cuando murió nuestra hija Beatriz, por ejemplo, sucedió esto. Tampoco las condecoraciones, ni las cosas más personales, como la ropa de Salvador y la ropa mía. Yo tuve que salir de Chile con lo puesto. Ante esto, como comprende, habría que preguntar ¿quiénes hablan de robo? ¿Quién ha robado, me pregunto? Nos presentaron como de gran fortuna y que vivíamos con gran lujo en Tomás Moro. Llegaron a hablar de aspectos que me dolieron mucho.

-¿Cómo cuáles?

-Nosotros teníamos una gran colección de huacos. Fueron presentados, en su ignorancia, como objetos pornográficos. No conocer que los huacos constituyen una expresión muy curiosa de viejas culturas peruanas y, en general, del altiplano, demuestra una ignorancia muy grande. ¡Quizá en poder de quién estará todo eso! Sería interesante saberlo. A Salvador lo presentaban también como estando al fin de sus días, agotado, enfermo. Eso no era así. estaba vigoroso, con fuerzas, con salud. Estaba muy lejos de estar en decadencia y mucho menos necesitado de talismanes, objetos mágicos o pornográficos. Siempre me he preguntado qué habrá sido de esa colección de huacos tan valiosa que teníamos, que fuimos formando a través de los años gracias, en una medida importante, a amigos peruanos que sabían de nuestro interés. Teníamos piezas peruanas, bolivianas y también algunas diaguitas.

-¿Y todo eso estaba en Tomás Moro?

-Todo esto lo habíamos trasladado desde nuestra casa en Guardia Vieja a Tomás Moro, porque nunca pensamos en ese final tan brutal.

-¿Y le gustaría saber lo sucedido con esas cosas?

-Mucho me gustaría. Muchos cuadros tienen incluso una dedicatoria de su autor en el reverso. Yo los reconocería en el acto si los viera en alguna parte.

-Mirando las cosas en perspectiva, después de diez años de la muerte de Salvador Allende, ¿cuál podría ser, a su juicio, su mensaje o legado para la situación de hoy?

-Que sin unidad no se puede construir nada. Tiene que ser con unidad y con mucho sacrificio de todos los chilenos como se puede sacar a Chile de este pantano, de esta crisis tan seria. Será muy difícil salir adelante, porque han desmantelado el país, sus industrias estás deshechas, sus maquinarias vendidas, es un país que está muy paralizado. Usted que vive en Chile puede apreciar esto en forma más viva, pues a mí me cuesta imaginarme esta realidad. Ahí tiene usted la cesantía. La cifra que dan, 25% o 30%, es sólo un promedio, lo que significa que en muchos sectores el asunto es mucho más agudo.

-¿Figura también dentro de este legado la democracia?

-No me cabe la menor duda pues, por lo mismo que se perdió la democracia, mucha gente ha recapacitado y se ha dado cuenta de lo que teníamos, del valor de la democracia. Aunque ya haya una generación que casi no la ha conocido, creo que hoy la mayoría de los chilenos desea la democracia. Por lo demás, de todos modos los más jóvenes algo oyen al respecto y a través de las informaciones sobre lo que pasa en otras parte del mundo pueden llegar a la conclusión de que, con los defectos que pueda tener, la democracia sigue siendo el mejor régimen político que puede darse el pueblo.

-¿Dónde ubicaría, tomando en cuenta la visión de Salvador Allende, a las Fuerzas Armadas?

-Tienen que volver a sus cuarteles, pero también tienen que integrarse – cosa que Salvador trató de hacer – procurando que participen en algunas tareas del desarrollo nacional. Pero ha quedado probado que no sirven para gobernar. El peor error cometido por la dictadura consistió en entregarle la conducción económica a un sector de la derecha. Como los que tomaron el poder no entendían nada de economía hicieron eso. Y ese grupito hizo su propio negocio particular a costa del resto del país.

-Pero la responsabilidad política es del general Pinochet y de los Altos Mandos de las Fuerzas Armadas…

-Sí, pero todo el grupo de los Chicagos Boys merece ser juzgado.

-¿Son para usted los mayores responsables?

-No digo que sean los mayores responsables, pero han hundido económicamente al país con su política y están libres, gozan de perfecta salud y de todas sus riquezas.

-¿Intentó Allende salvar la situación a través del acuerdo con la oposición?

-Lo hizo muchas veces y logró acuerdos en muchas cosas. Incluso en los últimos meses, cuando las cosas estaban difíciles, Salvador quiso un diálogo con la Democracia Cristiana. Sé que comieron juntos él y Patricio Aylwin en casa del Cardenal. También se dirigió a Orlando Sáenz.

-¿Le temía a la guerra civil?

-Salvador buscó siempre evitar la guerra civil y todo derramamiento de sangre. Él quedó muy marcado por la guerra civil española, que vivió muy de cerca a través del contacto con los refugiados. Tuvo bastante que ver con la traída de ese barco, el Winnipeg, con republicanos españoles, que organizó Neruda siendo Cónsul de Chile en España bajo el gobierno de don Pedro Aguirre Cerda. Salvador los recibió en el puerto de Valparaíso, siendo diputado por esa zona. Él quería evitar un derramamiento de sangre en Chile y por eso le pidió ayuda a algunos opositores. Y cuando le negaban la ayuda les decía: “Se van a acordar de mí: mientras a mí me van a recordar y la historia me va a juzgar positivamente, ustedes van a quedar como las personas que no quisieron ayudar, pudiendo haber salvado la democracia”. Esta es la pesadilla de las personas a las cuales Salvador les advirtió lo que iba a suceder.

-Pero hay muchas personas que han reconocido haber cometido errores…

-Sí, es cierto: hay personas que han tenido el valor moral de decir que se equivocaron, como Orlando Sáenz, por ejemplo. Pero estoy segura que muchas más deben recordar lo que hablaron con Salvador y lo que él quería, especialmente cuando se ha ahogado una democracia como la chilena, demandando un sacrificio en vidas humanas enorme. Su reconstrucción nunca será igual, porque ya todos hemos perdido mucho.

-Muchos creen que para salvar la democracia, Allende habría tenido que sacrificar la unidad de la izquierda, a menos que los partidos que la integraban hubiesen tenido la capacidad de posponer parte de sus posiciones.

-Bueno, usted sabe que no todos estaban de acuerdo. El propio Partido Socialista no entendió esto.

-Esto es lo que lleva a pensar a muchos que, cual más, cual menos, todos contribuímos a enterrar la democracia chilena, porque no previmos todo lo que iba a pasar si se destruía...

-Sí, pero a muchos cabe una responsabilidad mayor, como es el caso de los militares. ¡Qué manera de enterrar la democracia! ¿No?

-Y mirando hacia el futuro ¿cómo podrían superarse las diferencias del pasado?

-Con unidad. Sin ella, no hay caso. Si salimos con rencores, con odios, no seríamos capaces de ponerle fin a la dictadura. La única forma de hacerlo es conseguir la más amplia unidad posible de todos los sectores democráticos. Y no me refiero sólo a los partidos, pues hay muchísima gente que no pertenece a un partido, no está afiliada. Los sigue, recibe su influencia, pero no se inscribe en ellos. Hay que llamar a todos. Como está ocurriendo hoy día, con un Pinochet aislado políticamente de la inmensa mayoría del país, sostenido sólo por tres ramas de las Fuerzas Armadas, más los Carabineros y la CNI. ¿Qué otros apoyos tiene, aparte de un puñado de civiles de derecha, peleados, además, entre sí? Empresarios, agricultores, industriales, comerciantes, han vivido en carne propia lo que era realmente el modelo económico y han sido afectados en sus intereses. Una enorme cantidad de ellos está en quiebra. Por eso han reaccionado y ahora critican lo que antes celebraban. Ahora son en la práctica opositores al régimen. Eso llama mucho la atención. Han vuelto a sonar las cacerolas y se han oído en todo Santiago, incluido muy especialmente el barrio alto.

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