Al despedir los restos mortales de mi hermano Gustavo quiero compartir una muy breve reflexión con todos los presentes, que debiera traernos consuelo.
Estamos dejando en este lugar sus restos mortales, o sea, lo que muere. Sin embargo, la presencia de tantos amigos y parientes habla de una fuerza invisible muy viva, de algo que no muere, de algo que perdura y queda para siempre entre nosotros.
¿Qué es ese algo?
Pienso que se resume en la palabra espíritu o, tal vez, alma. Se trata, en todo caso, de una realidad que todos podemos conocer y reconocer fácilmente.
Gustavo, entonces, se queda entre nosotros. Está vivo aquí, en esas realidades que muchos han expresado en este día. Está vivo en esa fuerza grande que nos ha impulsado a venir hoy.
Está vivo en todo lo que él irradió con tanta intensidad, hasta hacernos pensar, en su recuento, en una vida larga y que nos lleva a comprobar la relatividad del tiempo. Gustavo vivió tanto, tan intensamente, que podríamos hablar de muchas vidas en una.
Por esto y siguiendo una actitud muy suya, siento más alegría que tristeza en este momento. Lo que ha muerto es lo que tenía que morir: un cuerpo que ya no resistía más.
Pero lo que vive es mucho y eso está entre nosotros, en forma individual y colectiva. Individual, porque cada uno se queda con mucho que permanece de Gustavo en él. Colectiva, porque una comunidad, este Valparaíso que tanto amó, dispone ahora de este espíritu que se incorpora para siempre en su vida y en su ya rica historia social y cultural.
Agradezco esta presencia y este testimonio de todos los que han venido y de los muchos que no pudieron estar. Es una presencia y un testimonio de que Gustavo está vivo y seguirá vivo.
Valparaíso, 4 de marzo de 2003.
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