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Location: Valparaíso, Quinta Región, Chile

Casado con Nina María Soto (1964): 8 hijos, 16 nietos. Estudios: Derecho (Chile); Ciencias Políticas (Heidelberg, Alemania). Habla, lee y escribe alemán e inglés. Lee francés, italiano, portugués y holandés. Computación desde 1983. Internet desde 1994. Bloggers desde 2005. Autodidacta. Adaptable a las responsabilidades asumidas. Últimos cargos públicos: Agregado Científico en embajadas de Chile en Alemania y Holanda (1991 a 1995), Embajador de Chile en Venezuela (entre 1995 y 2000). Secretario General del Sistema Económico Latinoamericano, SELA (2000 - 2003) Libros: "Hermano Bernardo" sobre Bernardo Leighton y "La no-violencia activa: camino para conquistar la democracia". Numerosos ensayos políticos en diversas publicaciones. Profesor universitario (Chile y Alemania), periodista (prensa y TV) y diplomático. Hago consultorías y escribo permanentemente sobre muy variados temas. Actualmente soy Presidente del Instituto Chileno de Estudios Humanísticos, ICHEH, con sede en Santiago.

Saturday, June 17, 2006

RENOVACIÓN POLÍTICA E IDEOLÓGICA EN CHILE

Informe N. 506 publicado en www.asuntospublicos.org 31/10/2005

Después de las reflexiones introductorias anteriores (ver Informe 502 de esta página web), corresponde entrar ahora al espinoso suelo chileno y dar, como primer paso, un breve panorama general de la evolución de las ideas y de los partidos políticos a lo largo de su historia independiente casi bicentenaria.

En el siglo XIX, con un país emergiendo a la independencia del dominio colonial español, el debate político se centró en organizar el Estado. El resultado más sólido de ese esfuerzo fue la Constitución de 1833. Dominado por una economía agraria, con alguna actividad minera en lento ascenso y un comercio exterior que también fue adquiriendo forma poco a poco, Chile vivió bastante aislado del mundo. Se parecía a una isla, alejada además de los grandes centros mundiales, que en ese tiempo estaban en Europa.

Conservadores y liberales en pugna

En ese contexto, hubo un área temática que dividió las aguas por varias décadas. Me refiero a las llamadas "cuestiones teológicas", que produjeron un enfrentamiento entre conservadores y liberales. Estas dos fuerzas, claramente dominantes en dicho siglo, no tenían grandes diferencias en materias económicas. Discrepaban, en cambio, en un campo que hoy llamaríamos "valórico" y que tenía como protagonista a la Iglesia Católica. Los líderes conservadores, predominantemente provenientes de la agricultura, se consideraban a si mismos como el "brazo político" de la institución religiosa, lo que era consentido e, incluso, estimulado por la jerarquía eclesiástica. Los liberales, más urbanos, comerciantes, burócratas y profesionales, tendían a no aceptar la ingerencia clerical en la vida nacional y buscaban una organización más laica del Estado. Desde el sector minero, que adquirió vigor creciente en la segunda mitad del siglo XIX, y desde sectores profesionales y de la burocracia estatal, surgió el partido radical. También aparecieron los demócratas, nutridos de pequeños comerciantes y del incipiente proletariado obrero. Radicales y demócratas jugarían roles más decisivos en el siglo siguiente. Los primeros, aunque muy disminuidos, están presentes hasta hoy. En cambio, un sector de los demócratas alimentó los primeros contingentes del partido comunista. El resto desapareció, disperso, en el abanico partidista de la segunda mitad del siglo siguiente.

Las clases emergentes

En el siglo XX, como es lógico, el cuadro político se hizo mucho más complejo y diferenciado. Dos estratos sociales, anteriormente muy pequeños, conocidos como proletariado y clase media, comenzaron a crecer con fuerza a medida que, por un lado, se desarrollaba la minería y surgían las primeras industrias, mientras, por el otro, comenzaban a crecer la burocracia y el contingente de profesionales titulados en las universidades del país. En 1920, estas nuevas energías sociales se identificaron por un instante con el discurso encendido y bastante demagógico de don Arturo Alessandri y lograron llevarlo a la Presidencia del país. Los acontecimientos mundiales, pese a la lejanía, influyeron siempre en Chile. Pero la intensidad de dicha influencia aumentó mucho con la revolución rusa de 1917, marcando un hito fundamental. El partido comunista chileno llegó en este período a ser la fuerza política latinoamericana más dependiente del comunismo soviético. Debido a ello, el partido socialista marcó la diferencia negándose a aceptar lo que percibía como una verdadera tutela ejercida desde Moscú. La Iglesia Católica chilena, por su parte, se vio obligada a cambiar su estrategia de desarrollo cuando se le impuso, por acuerdo directo de El Vaticano con don Arturo Alessandri, la separación con el Estado en 1925. Su aplicación la condujo a distanciarse del partido conservador, abriendo el espacio necesario para el surgimiento de la futura democracia cristiana. La doctrina social de la Iglesia, definida por los Papas a partir de 1891 y la acción de León XIII con su Encíclica "Rerum Novarum", se constituyeron en un poderoso instrumento cohesionador de jóvenes conservadores de la década de los 30, dando lugar a la dinámica que, tras la formación del Partido “Falange Nacional”, desembocaría, en 1957, en la fundación del partido demócrata cristiano. A la luz de lo escrito en este panorama introductorio podemos decir: los desarrollos ideológicos dominantes de la política chilena durante casi todo el siglo XX correspondieron a respuestas dadas para la emergente sociedad industrial, inspirándose en modelos predominantemente europeos. Hoy existe un nuevo contexto.

Partidos petrificados

¿Cómo han enfrentado los partidos políticos chilenos el desafío del nuevo contexto? Me atrevería a comenzar afirmando que, de hecho, muy mal. Efectivamente, en este aspecto han estado virtualmente paralizados, como convertidos en estatuas de sal, mirando al pasado. No han comprendido lo sucedido en lo profundo de este planeta y cómo eso también se ha instalado en Chile. Hay demasiada nostalgia del pasado todavía y visiones basadas en realidades completamente superadas. Repasemos brevemente el abanico político de derecha a izquierda. La Derecha chilena, por ejemplo, aparece anclada en el pensamiento neoliberal, que abrazó vía Escuela de Chicago desde el comienzo de la dictadura de Pinochet y que impuso en el país al amparo de las armas. Y hoy, desde luego, con todavía escasas excepciones, sigue echando de menos los 16 años y medio durante los cuales gobernó sin contrapesos, protegida, repito, por una dictadura feroz, y que ella contribuyó a instalar y a legitimar. Por otro lado, no parece sentir motivos para cambiar, porque, a pesar de no controlar el poder ejecutivo, sigue siendo muy poderosa. Además, está satisfecha con el desempeño de la economía nacional, que sigue favoreciendo enormemente a sus representados. Los apoyos de algunos personeros a las políticas centrales del gobierno son un reflejo de esto. La Concertación, por su parte, ha quedado atrapada en las redes de la herencia dictatorial, particularmente al no enfrentar con más decisión el tema de la distribución de la riqueza y haber sido demasiado continuista en materia de política económica. Una rectificación inteligente resulta impostergable e imperativa para asegurar su vigencia. La Concertación ha sido, ciertamente, un logro histórico importante. El país ha crecido y los pobres han disminuido, aunque, casi como una paradoja fatal, la distancia entre sectores más favorecidos y menos favorecidos no ha disminuido, sino que, incluso, ha aumentado. La Izquierda extra-parlamentaria (¡qué injusticia!), sobre todo su núcleo más duro (el PC), sigue razonando en general como si la vieja sociedad industrial siguiera vigente. No acepta que haya desaparecido la "clase trabajadora" tradicional, aquella que Marx veía como portadora de las esperanzas de la humanidad. Hay nuevos alineamientos que descolocan a esta fuerza política, que se niega a reconocerlos. Hoy predomina una masa fragmentada por mecanismos nuevos y sutiles, que conforman la nueva realidad social.

La Globalización

El vendaval no diagnosticado adecuadamente se llama globalización. En el plano del pensamiento hay lo que se llama un cambio de paradigma. Los políticos y, en general, los sectores pensantes de Chile, aún no toman debida nota de él, ni menos sacan las consecuencias respectivas. No existe consenso en torno a lo que se entiende por globalización. Después de todo, esta es la realidad más compleja que le ha tocado vivir a la humanidad desde todos los tiempos. Pero, como veremos, la mayoría de las opiniones se concentra en la economía, sobre todo, en sus aspectos comerciales y financieros. No obstante, algunos apuntan a otras dimensiones que, sin duda, existen también. En un documento sobre este tema, preparado por personal del Fondo Monetario Internacional, el FMI, se lee:

“La globalización económica es un proceso histórico, el resultado de la innovación humana y el progreso tecnológico. Se refiere a la creciente integración de las economías de todo el mundo, especialmente a través del comercio y los flujos financieros. En algunos casos este término hace alusión al desplazamiento de personas (mano de obra) y la transferencia de conocimientos (tecnología) a través de las fronteras internacionales. La globalización abarca además aspectos culturales, políticos y ambientales más amplios."

“En su aspecto más básico la globalización no encierra ningún misterio. El uso de este término se utiliza comúnmente desde los años ochenta, es decir, desde que los adelantos tecnológicos han facilitado y acelerado las transacciones internacionales comerciales y financieras. Se refiere a la prolongación más allá de las fronteras nacionales de las mismas fuerzas del mercado que durante siglos han operado a todos los niveles de la actividad económica humana: en los mercados rurales, las industrias urbanas o los centros financieros.”

Un proceso, no una ideología

Castells, a su vez, dice: “Se trata de un proceso objetivo, no de una ideología, aunque haya sido utilizado por la ideología neoliberal como argumento para pretenderse como la única racionalidad posible. Y es un proceso multidimensional, no sólo económico. Su expresión más determinante es la interdependencia global de los mercados financieros, permitida por las nuevas tecnologías de información y comunicación y favorecida por la desregulación y liberalización de dichos mercados. Si el dinero (el de nuestros bancos y fondos de inversión, o sea, el suyo y el mío) es global, nuestra economía es global, porque nuestra economía (naturalmente capitalista, aunque sea de un capitalismo distinto) se mueve al ritmo de la inversión de capital. Y si las monedas se cotizan globalmente (porque se cambian dos billones de dólares diarios en el mercado de divisas), las políticas monetarias no pueden decidirse autónomamente en los marcos nacionales.”
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La Real Academia de las Lengua define globalización como "la tendencia de los mercados y las empresas a extenderse alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales".

En suma, no estamos ante un fenómeno completo y terminado. Debemos contemplarlo como un largo proceso inacabado en el que el capital lucha por ampliar su dominio. Otras fuerzas, más sociales y humanas, que financieras y comerciales, aparecen como víctimas de este proceso y se movilizan en contra de lo que denominan “globalización neoliberal”. En realidad, se trata, cuando se la califica así, de una versión de dicho fenómeno, la más fuerte hoy en día, pero que no por eso deja de ser solamente parte de un fenómeno mayor: la globalización. Las citas transcritas dan una idea del fenómeno, sin agotarlo, por supuesto. En este marco tendrán que actuar en el futuro todas las fuerzas políticas. Las que lo comprendan mejor y conciban las propuestas más adecuadas para manejarlo asumirán el liderazgo y perdurarán. Las demás quedarán irremediablemente en el camino.

Volviendo a Chile

Aterrizando de nuevo en Chile, para poder renovar el pensamiento ideológico y político en esta tierra se requiere un diagnóstico certero de la etapa actual. El esfuerzo por hacer es similar al que protagonizó el economista Jorge Ahumada al comenzar la década de los años 60 del siglo recién pasado, cuando en su notable libro "En vez de la miseria", dijo que Chile atravesaba por una "crisis integral" y que, a partir de ella, había que construir un futuro mejor. En respuesta a ese diagnóstico surgieron en forma sucesiva tres grandes proyectos, que tuvieron expresión histórica concreta: comenzó con la "revolución en libertad", encabezada por Eduardo Frei Montalva, siguió con la "revolución socialista democrática" de Salvador Allende" y concluyó con la "contra-revolución, o, también, revolución neoliberal" de Pinochet. Un historiador, Góngora, llamó a estos proyectos "planificaciones globales". El Chile que tenemos hoy es, en muchos aspectos, una mezcla de lo que hizo Pinochet y lo que han realizado los tres gobiernos de la Concertación. Hay cosas que estos últimos, naturalmente, cambiaron en dirección a la redemocratización política, como la reforma constitucional recién aprobada, pero muchas cosas siguieron, hasta hoy, en pie, particularmente en el campo económico y social. El modelo vigente, en especial con las correcciones que le introdujo la Concertación ("crecimiento con equidad", por ejemplo), puede mostrar logros, pero ha sido incapaz de redistribuir riqueza en el país. Han disminuido los pobres y los indigentes en cantidades importantes, pero la brecha entre los que más tienen y los que tienen menos, ha crecido o, en el mejor de los casos, se ha mantenido igual. Del Chile construido por Frei Montalva y Allende quedan ciertos "legados" valiosos, pero muy poco de lo que hicieron. Ha pasado mucho tiempo desde entonces, el mundo entero ha cambiado radicalmente y lo que vino después, comenzó destruyendo lo hecho y creando un modelo distinto de desarrollo.

La Solidaridad

Hay un valor, la solidaridad, expresión social y política del amor al prójimo, que está muy ausente en leyes e instituciones. Introducirlo es una tremenda tarea, porque se trata de encarnarlo en cada aspecto de la vida nacional. Pero ese es el mayor desafío del futuro. Si queremos un Chile capaz de acoger a todos sus hijos, permitiéndoles un desarrollo humano elevado, este tema de la solidaridad deberá ser resuelto adecuadamente. Los partidos políticos van a ser, en el futuro inmediato, decisivos para encontrar un camino. Su destino va a depender del acierto o desacierto con que actúen en este terreno. Pero otros actores van a tener que estar presentes en esta tarea. El mundo académico tendrá mucho que decir. Después de todo, es el sector más permanentemente pensante de nuestra sociedad. Sustraerse a este esfuerzo equivaldría a una capitulación. Los jóvenes, insertos en los partidos o en el mundo académico, o en cualquier otra instancia, como profesionales, técnicos, etc., tampoco pueden estar ausentes. Es ante todo su futuro lo que está en juego. Al final, los ciudadanos, sin exclusión alguna, están llamados a participar en esta renovación ideológica y política a llevarse a cabo. La realidad que teníamos hace treinta o cuarenta años cambió completamente y a todos nos desafían las transformaciones que está produciendo este mundo globalizado. Nada va a volver atrás. Vamos aceleradamente hacia nuevos horizontes, aunque no nos demos cuenta de ello. Pese a que he esquematizado mucho, quizá lo expuesto sirva para iniciar conversaciones o diálogos.

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